En el
primer artículo sobre esta delicada temática, quiero hacer una breve
introducción sobre lo que significa el término “parafilia sexual”, ya que
cataloga una amplia diversidad de conductas humanas relacionadas con el acto
sexual y la etapa de excitación previa, y cuyo objeto no es concreto ni
localizado en el tiempo.
Es
decir, lo que en nuestros días y para nuestra cultura es considerado un acto “normal”
dentro de la conducta sexual, en otra época o en otra cultura del planeta puede
ser tomado como una parafilia sexual, es decir, algo que se sale de lo
habitual y de lo culturalmente aceptado como conducta sexual humana.
Para
ejemplificarlo, un apunte curioso: hasta hace apenas doscientos años en Europa
el cunnilingus era percibido como un acto estrambótico y repulsivo, que se
asociaba a personas de conductas desviadas.
Es
importante matizar que algunas parafilias sexuales han de ser tratadas
psicológicamente pues las personas que las padecen producen con sus actos sufrimiento a los demás o a ellos mismos, o las realizan sin el consentimiento de la otra
parte implicada, lo que pasa a convertirlas en un acto contra la sociedad y
constituye un peligro para la integridad física y psicológica de otros.
El
resto de filias o parafilias sexuales, aquellas que se realizan con el acuerdo
de todas las partes implicadas y proporcionan placer y satisfacción, por muy
curiosas o extravagantes (e incluso repulsivas) que nos puedan parecer, no son
objeto de preocupación ni han de ser estigmatizantes.
Empiezo
este espacio con una de las parafilias sexuales más llamativas y
desconcertantes, el “froteurismo”, denominada así pues el placer sexual
proviene del acto de frotar o rozar los genitales contra otras personas,
normalmente sin su consentimiento explícito.
Aunque
puede parecer curioso y la observación de esta conducta es claramente
llamativa, lo cierto es que en alguna sociedades actuales ha pasado a
considerarse un comportamiento problemático debido a su alta incidencia entre
la población.
En
Tokio, capital de Japón, se han visto obligados a segregar los vagones de metro
diferenciando entre los de mujeres y los de hombres en la hora punta del día; pues el
grado de denuncias por esta práctica iba en aumento y ya registraba datos
intolerables que han requerido esta solución drástica.
Es
llamativo que en una sociedad donde el contacto físico y emocional es tan
estereotipado y mecanizado, y donde el sexo constituye un auténtico tabú y las
manifestaciones de intimidad son socialmente rechazadas, se de esta conducta a
tal nivel.
Dejo un interesante vídeo donde se muestra una visión global de la sexualidad en la cultura japonesa, una de las más fascinantes y controvertidas que existen en la actualidad.
Si profundizamos en la raíz del problema del froteurismo en la sociedad nipona, puede que encontremos una explicación basada en la
inhibición de la sexualidad natural y espontánea, que ha generado una clase de fantasía sexual social extendida en la que el contacto humano, tan moralmente rechazado, se ha convertido en algo altamente estimulante por ser prohibido y placentero al mismo tiempo.
La
persona que sufre el acoso de un froteurista normalmente percibe el contacto al
inicio del mismo y tiene oportunidad de zafarse, quedando en un altercado
desagradable y llamativo, pero no suele acarrear traumas psicológicos
perdurables ni necesita de terapia para su asimilación.
El froteurista
no suele llegar al clímax mediante su parafilia, ya que el placer para estas personas
radica en el simple contacto y les mueve la búsqueda de una elevada excitación,
no la culminación del acto con un orgasmo.
Hemos de recordar que en nuestra sexualidad todas las conductas consentidas y placenteras han de tener cabida, liberarse de prejuicios culturales y religiosos y aceptar nuestra naturaleza y las sensaciones que nos genera nos ayudará a liberarnos de ataduras y a disfrutar con plenitud de los mecanismos que el organismo tiene para regularse emocional y físicamente.
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